Dado que los milagros reconocen el espíritu, ajustan los niveles de
percepción y los muestran en su debido lugar. Esto sitúa al espíritu en el
centro, desde donde puede comunicarse directamente.
El Principio 30 es lo mismo que el Principio 23. Básicamente, el milagro nos muestra que el problema no
radica en el cuerpo—radica en la mente. Es el problema de la culpa, y nuestra
culpa es una defensa en contra del amor que realmente somos. Por lo tanto, el
verdadero centro de nuestro ser no es el ego. No es la culpa; es el espíritu.
El Curso nos enseña que el percibir
es una interpretación, no un hecho T.11.IV.2:5-6;
T-21.V.1:7.
Vemos lo
que queremos ver o lo que necesitamos ver—como escuchar o ver agua en un
desierto. No podemos cambiar al mundo, pero podemos cambiar cómo mirar al
mismo. Sustituimos la culpa de nuestros egos, que hemos hecho real, por la
realidad de nuestra Identidad como espíritu, la cual el Espíritu Santo nos recuerda constantemente.