L-pII.4.1. El pecado es demencia.
Es lo que hace que la mente pierda su cordura y trate de que las ilusiones
ocupen el lugar de la verdad. Y al estar loca, la mente ve ilusiones donde la
verdad debería estar y donde realmente está. El pecado dotó al cuerpo con ojos,
pues, ¿qué iban a querer contemplar los que están libres de pecado? ¿Para qué
iban a querer la vista, el sonido o el tacto? ¿Qué iban a querer oír o intentar
asir? ¿Qué necesidad iban a tener de los sentidos? Usar los sentidos es no
saber. Y la verdad sólo se compone de conocimiento y de nada más.
L-pII.4.2. El cuerpo es el instrumento
que la mente fabricó en su afán por engañarse a sí misma. Su propósito es
luchar. Mas el objetivo por el que lucha puede cambiar. Y entonces el cuerpo
lucha por otro objetivo. Lo que ahora persigue lo determina el objetivo que la
mente ha adoptado para sustituir a la meta de engañarse a sí misma que antes
tenía. La verdad puede ser su objetivo, tanto como las mentiras. Y así, los
sentidos buscarán lo que da fe de la
verdad.
L-pII.4.3. El pecado es la morada
de las ilusiones, las cuales representan únicamente cosas imaginarias
procedentes de pensamientos falsos. Las ilusiones son la "prueba" de
que lo que no es real lo es. El pecado "prueba" que el Hijo de Dios es malvado, que la
intemporalidad tiene que tener un final y que la vida eterna sucumbirá ante la
muerte. Y Dios Mismo ha perdido al Hijo que ama, y de lo único que puede
valerse para alcanzar Su Plenitud es la corrupción; la muerte ha derrotado Su
Voluntad para siempre, el odio ha destruido el amor y la paz ha quedado extinta
para siempre.
L-pII.4.4. Los sueños de un loco
son pavorosos y el pecado parece ser ciertamente aterrador. Sin embargo, lo que
el pecado percibe no es más que un juego de niños. El Hijo de Dios puede jugar a haberse convertido en un cuerpo que es
presa de la maldad y de la culpabilidad, y a que su corta vida acaba en la
muerte. Mientras tanto, su Padre ha seguido derramando Su luz sobre él y amándolo con un Amor eterno que sus pretensiones no
pueden alterar en absoluto.
L-pII.4.5. ¿Hasta cuándo, Hijo de Dios, vas a seguir jugando el
juego del pecado? ¿No es hora ya de abandonar esos juegos peligrosos? ¿Cuándo
vas a estar listo para regresar a tu hogar? ¿Hoy quizá? El pecado no existe. La
creación no ha cambiado. ¿Deseas aún seguir demorando tu regreso al Cielo? ¿Hasta cuándo, santo Hijo de Dios, vas a seguir demorándote,
hasta cuándo?