L-pII.8.1. El mundo real es un símbolo, como todo lo
demás que la percepción ofrece. No obstante, es lo opuesto a lo que tú
fabricaste. Ves tu mundo a través de los ojos del miedo, lo cual te trae a la
mente los testigos del terror. El mundo
real sólo lo pueden percibir los ojos que han sido bendecidos por el perdón, los cuales, consecuentemente,
ven un mundo donde el terror es imposible y donde no se puede encontrar ningún
testigo del miedo.
L-pII.8.2. El mundo real te
ofrece una contrapartida para cada pensamiento de infelicidad que se ve
reflejado en tu mundo, una corrección segura para las escenas de miedo y los
clamores de batalla que pueblan tu mundo. El mundo real muestra un mundo que se
contempla de otra manera: a través de ojos serenos y de una mente en paz. Allí
sólo hay reposo. No se oyen gritos de dolor o de pesar, pues allí nada está
excluido del perdón. Y las escenas que se ven son apacibles, pues sólo escenas y
sonidos felices pueden llegar hasta la mente que se ha perdonado a sí misma.
L-pII.8.3. ¿Qué necesidad tiene
dicha mente de pensamientos de muerte, asesinato o ataque? ¿De qué puede
sentirse rodeada sino de seguridad, amor y dicha? ¿Qué podría haber que ella
quisiese condenar? ¿Y contra qué querría juzgar? El mundo que ve emana de una
mente que está en paz consigo misma. No ve peligro en nada de lo que contempla,
pues es bondadosa, y lo único que ve es bondad.
L-pII.8.4. El mundo real es el
símbolo de que al sueño de pecado y culpabilidad le ha llegado su fin y de que
el Hijo de Dios ha despertado. Y sus ojos, abiertos ahora, perciben el inequívoco
reflejo del Amor de su Padre, la infalible promesa de que ha sido redimido. El
mundo real representa el final del tiempo, pues cuando se percibe, el tiempo
deja de tener objeto.
L-pII.8.5. El Espíritu Santo no tiene necesidad del
tiempo una vez que éste ha servido el propósito que Él le había asignado. Ahora
espera un sólo instante más para que Dios dé el paso final y el tiempo
desaparezca llevándose consigo la percepción y dejando solamente a la verdad
para que sea tal como es. Ese instante es nuestro objetivo, pues en él yace el
recuerdo de Dios. Y al contemplar un mundo perdonado, Él es Quien nos llama y
nos viene a buscar para llevarnos a casa, recordándonos nuestra Identidad, la
cual nos ha sido restituida mediante nuestro perdón.