El ego vive literalmente a base de comparaciones.
"Dar para obtener" es una ley ineludible del ego, que siempre se evalúa a sí mismo en función de otros egos. Por lo tanto; está siempre obsesionado con la idea de la escasez, que es la creencia que le dio origen . Su percepción de otros egos como entes reales no es más que un intento de convencerse a sí mismo, de que él es real.
El "amor propio", desde el punto de vista del ego, no significa otra cosa que el ego se ha engañado a sí mismo creyendo que es real, y, por lo tanto, está temporalmente menos inclinado a saquear.
Ese “amor propio" es siempre vulnerable a la tensión, término éste que se refiere a cualquier cosa que él perciba como una amenaza a su existencia.
El Espíritu en su conocimiento no es consciente del ego. No lo ataca, simplemente no lo puede concebir en absoluto. Aunque el ego tampoco se percata del Espíritu, se percibe a sí mismo rechazado por algo más grande que él.
Por eso es por lo que el "amor propio", tal como el ego lo concibe, no puede por menos que ser ilusorio.
Los apetitos (deseos) son mecanismos para "obtener" que representan la necesidad del ego de ratificarse a sí mismo. Esto es cierto tanto en el caso de los apetitos corporales como en el de las llamadas "necesidades más elevadas del ego".
El origen de los apetitos corporales no es físico.
El ego considera al cuerpo como su hogar, y trata de satisfacerse a sí mismo a través de él. Pero la idea de que eso es posible es una decisión de la mente, que está completamente confundida acerca de lo que realmente es posible.
T-4.II.6-7