Las Leyes del Caos

Éstas son las leyes que rigen el mundo que tú fabricaste.
Contemplémoslas:
  • 1. Cada quien su "verdad" regido por una jerarquía de ilusiones.
  • 2. Todos son pecadores y todo el mundo merece ataque y muerte.
  • 3. El temor a Dios es justificado y no hay salvación.
  • 4. El ego posee todo aquello de lo que se apropia y requiere validación constante.
  • 5. El sustituto del ego para el amor es la magia para curar dolor-sufrimiento.

T-23.II.1. Puedes llevar las "leyes" del caos ante la luz, pero nunca las podrás entender. Las leyes caóticas no tienen ningún significado y, por lo tanto, se encuentran fuera de la esfera de la razón. No obstante, aparentan ser un obstáculo para la razón y para la verdad. Contemplémoslas, pues, detenidamente, para que podamos ver más allá de ellas y entender lo que son, y no lo que quieren probar. Es esencial que se entienda cuál es su propósito porque su fin es crear caos y atacar la verdad.

Éstas son las leyes que rigen el mundo que tú fabricaste. Sin embargo, no gobiernan nada ni necesitan violarse: necesitan simplemente contemplarse y transcenderse.

T-23.II.2. La primera ley caótica es que la verdad es diferente para cada persona. Al igual que todos estos principios, éste mantiene que cada cual es un ente separado, con su propia manera de pensar que lo distingue de los demás. Este principio procede de la creencia en una jerarquía de ilusiones: de que algunas son más importantes que otras, y, por lo tanto, más reales. Cada cual establece esto para sí mismo, y le confiere realidad atacando lo que otro valora. Y el ataque se justifica porque los valores difieren, y los que tienen distintos valores parecen ser diferentes, y, por ende, enemigos.

T-23.II.3. Observa cómo parece ser esto un impedimento para el primer principio de los milagros, pues establece grados de verdad entre las ilusiones, haciendo que algunas parezcan ser más difíciles de superar que otras. Si uno pudiese darse cuenta de que todas ellas son la misma ilusión y de que todas son igualmente falsas, sería fácil entender entonces por qué razón los milagros se aplican a todas ellas por igual. Cualquier clase de error puede ser corregido precisamente porque no es cierto. Cuando se lleva ante la verdad en vez de ante otro error, simplemente desaparece. Ninguna parte de lo que no es nada puede ser más resistente a la verdad que otra.

T-23.II.4. La segunda ley del caos, muy querida por todo aquel que venera el pecado, es que no hay nadie que no peque, y, por lo tanto, todo el mundo merece ataque y muerte. Este principio, estrechamente vinculado al primero, es la exigencia de que el error merece castigo y no corrección. Pues la destrucción del que comete el error lo pone fuera del alcance de la corrección y del perdón. De este modo, interpreta lo que ha hecho como una sentencia irrevocable contra sí mismo que ni siquiera Dios Mismo puede revocar. Los pecados no pueden ser perdonados, al ser la creencia de que el Hijo de Dios puede cometer errores por los cuales su propia destrucción se vuelve inevitable.

T-23.II.5. Piensa en las consecuencias que esto parece tener en la relación entre Padre e Hijo. Ahora parece que nunca jamás podrán ser uno de nuevo. Pues uno de ellos no puede sino estar por siempre condenado, y por el otro. Ahora son diferentes y, por ende, enemigos. Y su relación es una de oposición, de la misma forma en que los aspectos separados del Hijo convergen únicamente para entrar en conflicto, pero no para unirse. Uno de ellos se debilita y el otro se fortalece con la derrota del primero. Y su temor a Dios y el que se tienen entre sí parece ahora razonable, pues se ha vuelto real por lo que el Hijo de Dios se ha hecho a sí mismo y por lo que le ha hecho a su creador.

T-23.II.6. En ninguna otra parte es más evidente la arrogancia en la que se basan las leyes del caos que como sale a relucir aquí. He aquí el principio que pretende definir lo que debe ser el creador de la realidad; lo que debe pensar y lo que debe creer; y, creyéndolo, cómo debe responder. Ni siquiera se considera necesario preguntarle si eso que se ha decretado que son Sus creencias es verdad. Su Hijo le puede decir lo que ésta es, y la única alternativa que le queda es aceptar la palabra de Su Hijo o estar equivocado. Esto conduce directamente a la tercera creencia descabellada que hace que el caos parezca ser eterno. Pues si Dios no puede estar equivocado, tiene entonces que aceptar la creencia que Su Hijo tiene de sí mismo y odiarlo por ello.

T-23.II.7. Observa cómo se refuerza el temor a Dios por medio de este tercer principio. Ahora se hace imposible recurrir a Él en momentos de tribulación, pues Él se ha convertido en el "enemigo" que la causó y no sirve de nada recurrir a Él. La salvación tampoco puede encontrarse en el Hijo, ya que cada uno de sus aspectos parece estar en pugna con el Padre y siente que su ataque está justificado. Ahora el conflicto se ha vuelto inevitable e inaccesible a la ayuda de Dios. Pues ahora la salvación jamás será posible, ya que el salvador se ha convertido en el enemigo.

T-23.II.8. No hay manera de liberarse o escapar. La Expiación se convierte en un mito, y lo que la voluntad de Dios dispone es la venganza , no el perdón. Desde allí donde todo esto se origina, no se ve nada que pueda ser realmente una ayuda. Sólo la destrucción puede ser el resultado final. Y Dios Mismo parece estar poniéndose de parte de ello para derrotar a Su Hijo. No pienses que el ego te va a ayudar a escapar de lo que él desea para ti. Ésa es la función de este curso, que no le concede ningún valor a lo que el ego estima.

T-23.II.9. El ego atribuye valor únicamente a aquello de lo que se apropia. Esto conduce a la cuarta ley del caos, que, si las demás son aceptadas, no puede sino ser verdad. Esta supuesta ley es la creencia de que posees aquello de lo que te apropias. De acuerdo con esa ley, la pérdida de otro es tu ganancia y, por consiguiente, no reconoce el hecho de que nunca puedes quitarle nada a nadie, excepto a ti mismo. Mas las otras tres leyes no pueden sino conducir a esto. Pues los que son enemigos no se conceden nada de buen grado el uno al otro, ni procuran compartir las cosas que valoran. Y lo que tus enemigos ocultan de ti debe ser algo que vale la pena poseer, ya que lo mantienen oculto de ti.

T-23.II.10. Todos los mecanismos de la locura se hacen patentes aquí: el "enemigo” que se fortalece al mantener oculto el valioso legado que debería ser tuyo; la postura que adoptas y el ataque que infliges, los cuales están justificados por razón de lo que se te ha negado; y la pérdida inevitable que el enemigo debe sufrir para que tú te puedas salvar. Así es como los culpables declaran su inocencia. Si el comportamiento inescrupuloso del enemigo no los forzara a este vil ataque, sólo responderían con bondad. Pero en un mundo despiadado los bondadosos no pueden sobrevivir, de modo que tienen que apropiarse de todo cuanto puedan o dejar que otros se apropien de lo que es suyo.

T-23.II.11. Y ahora queda una vaga pregunta por contestar, que aún no ha sido "explicada". ¿Qué es esa cosa tan preciada, esa perla de inestimable valor, ese tesoro oculto, que con justa indignación debe arrebatársele a éste el más pérfido y astuto de los enemigos? Debe de ser lo que siempre has anhelado, pero nunca hallaste. Y ahora "entiendes" la razón de que nunca lo encontraras. Este enemigo te lo había arrebatado y lo ocultó donde jamás se te habría ocurrido buscar. Lo ocultó en su cuerpo, haciendo que éste sirviese de refugio para su culpabilidad, de escondrijo de lo que es tuyo. Ahora su cuerpo se tiene que destruir y sacrificar para que tú puedas tener lo que te pertenece. La traición que él ha cometido exige su muerte para que tú puedas vivir. Y así, sólo atacas en defensa propia.

T-23.II.12. Pero ¿qué es eso que deseas que exige su muerte? ¿Cómo puedes estar seguro de que tu ataque asesino está justificado, a menos que sepas cuál es su propósito? Aquí es donde el "último" principio del caos acude en tu "auxilio". Este principio (el quinto y último principio) alega que hay un substituto para el amorÉsta es la magia que curará todo tu dolor, el elemento que falta que curaría tu locura. Ésa es la razón de que tengas que atacar. He aquí lo que hace que tu venganza esté justificada. He aquí, revelado, el regalo secreto del ego, arrancado del cuerpo de tu hermano donde se había ocultado con malicia y con odio hacia aquel a quien verdaderamente le pertenece. Él te quiere privar de ese ingrediente secreto que le daría significado a tu vida. El substituto del amor, nacido de vuestra mutua enemistad, tiene que ser la salvación. Y no tiene substitutos, pues sólo hay uno. Y así, el propósito de todas tus relaciones es apropiarte de él y convertirte en su dueño.

T-23.II.13. Mas nunca podrás poseerlo del todo. Y tu hermano jamás cesará de atacarte por lo que le robaste. Y la venganza de Dios contra vosotros dos tampoco cesará, pues en Su locura Él tiene también que poseer ese sustituto del amor y destruiros a ambos. Tú que crees ser cuerdo y caminar por tierra firme en un mundo en el que se puede encontrar significado, considera lo siguiente: Éstas son las leyes en las que parece basarse tu "cordura". Estos son los principios que hacen que el suelo que pisas parezca firme. Y es ahí donde tratas de encontrar significado. Esas son las leyes que promulgaste para tu salvación. Apoyan firmemente al sustituto del Cielo que prefieres. Ése es su propósito, pues para eso es para lo que fueron promulgadas. No tiene objeto preguntar qué significado tienen. Eso es obvio. Los medios de la locura no pueden sino ser dementes. ¿Estás tú igualmente seguro de que comprendes que su objetivo es la locura?

T-23.II.14. Nadie desea la locura, ni nadie se aferra a su propia locura si ve que eso es lo que es. Lo que protege a la locura es la creencia de que es la verdad. La función de la demencia es usurpar el lugar de la verdad. Para poder creer en la demencia hay que considerarla la verdad. Y si es la verdad, entonces su opuesto, que antes era la verdad, tiene que ser ahora la locura. Tal inversión, en la que todo está completamente al revés: en la que la demencia es cordura, las ilusiones verdad, el ataque bondad, el odio amor y el asesinato bendición, es el objetivo que persiguen las leyes del caos. Esos son los medios que hacen que las leyes de Dios parezcan estar invertidas. Ahí las leyes del pecado parecen mantener cautivo al amor y haber puesto al pecado en libertad.

T-23.II.15. Ésos no parecen ser los objetivos del caos, pues gracias a la gran inversión parecen ser las leyes del orden. ¿Cómo podría ser de otra manera? El caos es la ausencia total de orden, y no tiene leyes. Para que se pueda creer en él, sus aparentes leyes tienen que percibirse como reales. Su objetivo de demencia tiene que verse como cordura. Y el miedo, con labios mortecinos y ojos que no ven, obcecado y de aspecto horrible, es elevado al trono del amor, su moribundo conquistador, su substituto, el que te salva de la salvación. ¡Cuán bella hacen aparecer a la muerte las leyes del miedo! ¡Dale gracias al héroe que se sentó en el trono del amor y que salvó al Hijo de Dios para condenarlo al miedo y a la muerte!

T-23.II.16. Sin embargo, ¿cómo es posible que se pueda creer en semejantes leyes? Hay un extraño mecanismo que hace que ello sea posible. Es algo que nos resulta familiar, pues hemos visto en innumerables ocasiones cómo parece funcionar. En realidad no funciona en absoluto, mas en sueños, donde los protagonistas principales son sólo sombras, parece ser muy poderoso. Ninguna de las leyes del caos podría coaccionar a nadie a que creyese en ella, si no fuera por el énfasis que se pone en la forma y por el absoluto desprecio que se hace del contenido. Nadie que crea que una sola de estas leyes es verdad se da cuenta de lo que dicha ley estipula. Algunas de las formas que dichas leyes adoptan parecen tener sentido, pero eso es todo.

T-23.II.17. ¿Cómo es posible que algunas formas de asesinato no signifiquen muerte? ¿Puede acaso un ataque, sea cual sea la forma en que se manifieste, ser amor? ¿Qué forma de condena podría ser una bendición? ¿Quién puede incapacitar a su salvador y hallar la salvación? No dejes que la forma que adopta el ataque contra tu hermano te engañe. No puedes intentar herirlo y al mismo tiempo salvarte. ¿Quién puede estar a salvo del ataque atacándose a sí mismo? ¿Cómo iba a importar la forma en que se manifiesta esta locura? Es un juicio que se derrota a sí mismo, al condenar lo que afirma querer salvar. No te dejes engañar cuando la locura adopte una forma que a ti te parece hermosa. Lo que está empeñado en destruirte no es tu amigo.

T-23.II.18 Sostienes—y piensas que es verdad—que no crees en estas leyes insensatas ni que tus acciones están basadas en ellas. Pues cuando examinas de cerca lo que postulan, ves que no se puede creer en ellas. Hermano, crees en ellas. Pues de no ser así, ¿cómo podrías percibir la forma que adoptan, con semejante contenido? ¿Podría acaso ser sostenible cualquiera de las formas que adoptan? Sin embargo, crees en ellas debido a la forma que adoptan, y no adviertes el contenido. Éste nunca cambia. ¿Puedes acaso darle vida a un esqueleto pintando sus labios de color rosado, vistiéndolo de punta en blanco, acariciándolo y mimándolo? ¿Y puede acaso satisfacerte la ilusión de que estás vivo?

T-23.II.19 Fuera del Cielo no hay vida. La vida se encuentra allí donde Dios la creó. En cualquier otro estado que no sea el Cielo la vida no es más que una ilusión. En el mejor de los casos parece vida, en el peor, muerte. Ambos son, no obstante, juicios acerca de lo que no es la vida, idénticos en su inexactitud y falta de significado. Fuera del Cielo la vida es imposible, y lo que no se encuentra en el Cielo no se encuentra en ninguna parte. Fuera del Cielo lo único que hay es un conflicto de ilusiones, de todo punto insensato, imposible y más allá de la razón, aunque se percibe como un eterno impedimento para llegar al Cielo. Las ilusiones no son sino formas. Su contenido nunca es verdad.

T-23.II.20. Las leyes del caos gobiernan todas las ilusiones. Las formas que éstas adoptan entran en conflicto, haciendo que parezca posible concederle más valor a unas que a otras. Sin embargo, cada una de ellas se basa, al igual que todas las demás, en la creencia de que las leyes del caos son las leyes del orden. Cada una de ellas apoya dichas leyes completamente, y ofrece un testimonio inequívoco de que son verdad. Las formas de ataque que en apariencia son más benévolas no son menos inequívocas en su testimonio o en sus resultados. Es indudable que el miedo que engendran las ilusiones se debe a las creencias que las originan y no a su forma. Y la falta de fe en el amor, sea cual sea la forma en que se manifieste, da testimonio de que el caos es la realidad.

T-23.II.21. La fe en el caos es la consecuencia inevitable de la creencia en el pecado. El que sea una consecuencia es lo que hace que parezca ser una conclusión lógica, un paso válido, en el pensamiento ordenado. Los pasos que conducen al caos proceden de manera ordenada desde su punto de partida. Cada uno de ellos se manifiesta en forma diferente en el proceso de invertir la verdad, y conduce aún más profundamente al terror y más allá de la verdad. No pienses que un paso es más corto que otro ni que el retorno desde uno de ellos es más fácil que desde otro. En cada uno de ellos reside el descenso desde el Cielo en su totalidad. Y allí donde tu pensamiento empieza, allí mismo tiene que terminar.

T-23.II.22. Hermano, no des ni un solo paso en el descenso hacia el infierno. Pues una vez que hayas dado el primero, no podrás reconocer el resto como lo que son. Y cada uno de ellos seguirá al primero. Cualquier forma de ataque te planta en la tortuosa escalera que te aleja del Cielo. Sin embargo, en cualquier instante todo esto se puede deshacer. ¿Cómo puedes saber si has elegido las escaleras que llevan al Cielo o el camino que conduce al infierno? Muy fácilmente. ¿Cómo te sientes? ¿Estás en paz? ¿Tienes certeza con respecto a tu camino? ¿Estás seguro de que el Cielo se puede alcanzar? Si la respuesta es no, es que caminas solo. Pídele entonces a tu Amigo que se una a ti y te dé certeza con respecto al camino a seguir.